miércoles, mayo 27, 2009

Despedida

A solicitud de Akeru, quien deseaba conocer parte de mis "escritos", publico aca uno de los cuentos cortos que en algun momento escribí. (con cancion ad-hoc al final del escrito, para que le ponga musica mientras lee)

"Despedida"

Andrés y Soledad se habían quedado de juntar a la salida del trabajo. Andrés la había llamado por teléfono al trabajo para pedirle que se encontraran en la plaza de siempre a las 6:30, porque tenía algo que decirle.
El día estaba nublado y había hecho mucho frío. Andrés estaba sentado en un banco cuando llegó Soledad. Él tenía sus manos entrelazadas sobre sus piernas y la vista perdida. No se dio cuenta de la presencia de la joven hasta que ella lo saludó.

- Hola. –dijo Soledad alegremente.
- Hola Sole.
- ¿Qué te pasó que no fuiste a trabajar? ¿Estas enfermo?
- No. – respondió lacónicamente. – Sólo estoy triste.
- ¿Y qué te pasa?
Él se levantó y la invito a caminar mientras conversaban, a lo cual ella asintió. Ambos se levantaron y comenzaron a caminar lentamente. Avanzaban en silencio cruzándose las miradas de vez en cuando. Finalmente ella se decidió a romper el silencio.

- ¿Y? ¿Me vas a contar qué te pasa?- preguntó Soledad.
- Tú sabes qué es lo que me pasa. - respondió Andrés mirando el suelo.
- ¿Es por lo que conversamos ayer?
- Sí.
- Tú sabias que las cosas no podían continuar como estaban.
- Sí lo sabía, y no te estoy reprochando tu decisión… Más bien nuestra decisión, porque también estuve de acuerdo en que así debía ser. Pero eso no lo hace menos doloroso para mí. No se cómo te sentirás tú con todo esto.
- A mí también me cuesta. Pero esto es lo correcto. – dijo Soledad. – Lo que sientes ahora se te va pasar.
- No lo sé. – respondió él.
- Tú me dijiste que no sentías nada por mí. No puede ser tan difícil entonces olvidar lo que pasó. – acotó la muchacha.
Andrés se detuvo y la miró a los ojos.
- Aun sigo sin entender cómo es que puedes saber lo que hay dentro de mí. – dijo. – O eres demasiado perceptible o yo soy demasiado transparente y puedes ver lo que siente mi corazón.
El cielo seguía nublado y parecía que se iba a largar a llover.
Soledad y Andrés trabajaban en una panadería. Uno atendía el mesón y el otro la caja, y se turnaban puestos cada semana. Trabajaban juntos desde hacía seis meses, y desde que se conocieron ambos se dieron cuenta que había un “algo” entre ellos. Se hicieron buenos amigos en poco tiempo. Tenían gustos parecidos y se complementaban bien. Soledad era entretenida y simpática, en tanto que Andrés era más aterrizado y práctico para sus cosas. Se entretenían de lo lindo en el local, ya que el dueño siempre andaba viajando y les encargaba la panadería a ellos. Don Rafael tenía confianza en ellos, y volvía todos los viernes para ver cómo andaba todo. “Sin novedad en el frente” respondían ambos cuando les preguntaba como había estado la semana. Andrés se encargaba de los pedidos de materiales y de las cuentas del local, y Soledad estaba a cargo de los maestros panaderos. Se lo pasaban todo el día conversando: desde cosas tontas y sin importancia, hasta de qué tenían planeado hacer cada uno en el futuro. Soledad estaba pololeando, y tenía ganas de casarse aunque no tenía nada planificado todavía. Andrés era soltero y vivía con sus padres. Quería independizarse cuando terminara sus estudios de administración de empresas.
A veces salían juntos a tomarse una bebida y comer completos. No pasaban más allá de eso, porque otro tipo de salida podría ser muy comprometedora, y Soledad no quería sentirse infiel en su relación. A pesar de aquello, ella se sentía bien al lado de Andrés, y él también al lado de Soledad. Ambos se tenían plena confianza y sabían hasta donde podían llegar.

Hasta que un día las cosas cambiaron. Venían de comerse un par de “italianos” y caminaban por el parque forestal a la orilla del mapocho. Se sentaron en un banco a conversar hasta que se hizo de noche. Y en un instante cualquiera, y sin decir nada se quedaron mirándose a los ojos. Sus manos se entrelazaron, y sus labios comenzaron a acercarse hasta besarse. Un beso de labios que lentamente se fue transformando en algo más apasionado. Caricias, besos, miradas, y los minutos corrieron hasta pasar la media hora. Soledad miró su reloj y se sobresaltó al ver la hora que era. Andrés se ofreció acompañarla hasta su casa, a lo que la joven se rehusó. Andrés insistió hasta que Soledad accedió a que la acompañara hasta que ella tomara la micro. Diez minutos después se despedían con un beso en la boca.
Al otro día ambos se sentían culpables y evitaron tocar el tema. Poco antes de irse, Andrés le pidió perdón por lo que había pasado el día anterior, que sentía que era su culpa y que él había provocado la situación. Soledad le dijo que no se preocupara, pero que aquello no debía volver a ocurrir, aunque muy en su interior sabía que le había gustado todo lo que pasó esa noche. Ella se acercó a él, y lo besó en la mejilla para despedirse tomándole las manos. Luego del beso, ambos se quedaron mirándose tomados de las manos. Esta vez fue Soledad quien lo besó en la boca. Andrés la rodeó con sus brazos por la cintura, y ella con sus brazos rodeó el cuello del joven alargando el beso como si el tiempo se hubiera detenido.
De eso ya han pasado dos meses. En ese tiempo ambos se acercaron mas el uno al otro. Ambos se sentían bien con la compañía del otro. Andrés era tierno con Soledad y se preocupaba de que ella estuviera siempre bien. Él sabía cuando le pasaba algo a Soledad aunque la expresión de la joven no lo demostrara. Y le insistía hasta que ella acababa por contarle. Casi siempre el motivo era porque ella se sentía culpable por serle infiel a su pololo, siendo que este no lo merecía. Andrés trataba de consolarla diciéndole que tal vez aquel no era el hombre para ella, ya que de lo contrario, ella ni siquiera habría pensado en permitir que todo esto ocurriera. Soledad igual le encontraba en parte la razón, ya que a pesar de llevar tres años con su actual pareja, la forma tan distinta en que la trataba Andrés y la preocupación que demostraba por ella hacían que el asunto no se viera tan grave. Soledad por su parte había llegado a conocer todos los gustos y mañas de Andrés, era cariñosa con él y siempre le repetía que lo quería mucho. También se preocupaba por él y Andrés se daba cuenta de ello. En ese tiempo ambos habían llegado a conocerse muy bien en todos los aspectos tanto físico como de carácter. Tal vez lo único que les faltaba para ser una pareja era estar comprometidos y haber tenido relaciones. Pero ni lo uno ni lo otro había pasado. Lo primero porque ella ya estaba comprometida con alguien y no tenía intención de dejarlo, y Andrés por su lado, porque decía que no veía un compromiso serio en su futuro; aunque muy dentro de si sabia que el verdadero motivo era el temor a perder su libertad si llegaba a aceptar comprometerse con alguien. Lo segundo, porque ambos pensaban que no era correcto; a pesar de que varias veces, estando juntos, los deseos casi los habían traicionado.
Ambos se querían, pero ninguno se atrevía a pasar de aquello… un simple quererse el uno al otro.

- Tú nunca me has dicho que me quieres.- dijo Soledad – No entiendo cómo puede afectarte tanto.
- No lo sé. Tan sólo sé que no sentí las piernas cuando me dijiste que no querías verme más. Que me mantuviera alejado de ti y que sólo te hablara cuando fuera necesario.
- De alguna forma teníamos que parar esto. Y esa era la mejor forma.

Andrés se quedó callado mirando la calle. El viento comenzó a soplar.
- ¿Quiere decir que hoy no viniste a trabajar para no encontrarte conmigo?- continuó Soledad.
- Sí. Después de todo lo que nos dijimos ayer, sentí que de verdad ya no querías verme de nuevo.
- Lo siento. No quería herirte, pero es que lo nuestro no podía continuar. Yo le debo respeto a mi pareja y tienes que entenderlo.
- Sí lo entiendo. Para serte sincero, a mí tampoco me gustaría que me engañaran. Es sólo que… no sé.
Ambos se quedaron en silencio sin mirarse. Luego de un momento Soledad dijo:
- ¿Era esto lo que tenías que decirme?
La frialdad de esas palabras heló a Andrés más que el viento helado que corría por la plaza, y se preguntó si era ella la misma mujer a quien había conocido dos meses atrás.
- No. No era por eso. – Dijo él de pronto.- Lo que quería decirte es que renuncié al trabajo en la panadería. Hoy en la mañana hablé con don Rafael para decirle. Él lo aceptó y me dijo que enviaría a su sobrino a hacerse cargo hasta contratar a otra persona.
- ¿Y por qué renunciaste?
- No lo entenderías.
- Tal vez si me lo explicas, entonces podría entenderlo. – dijo Soledad. – Pero apúrate que ya me tengo que ir. Tengo que volver temprano a mi casa.
Andrés se metió una mano al bolsillo de su chaqueta y sacó un papel.
- Toma. – Dijo.- Lo escribí hoy. Saqué la hoja para que lo leyeras de mi puño y letra.
Soledad desdobló la hoja de cuaderno que Andrés le pasó, y se puso a leer lo que estaba escrito.

“Todo empieza para terminar. Y ella me lo decía siempre. ‘Esto se va a terminar algún día’. Pero yo nunca le hacía caso. Estaba tan contento que no podía pensar en otra cosa que no fuera ella. En verla, sentirla cerca, en lo que hacía, en como estaba.
Sí. Por primera vez en años me sentía bien, estaba contento y en lo único en que pensaba era en volverla a ver y estar con ella. A pesar, de que lo que yo sentía y lo que existía entre nosotros estaba destruyendo la vida que había seguido por tanto tiempo. Estaba destruyendo el mundo que había creado para vivir allí mi soledad. Aunque la verdad, me importaba poco que así fuera. Le tenía miedo a ese cambio; pero muy dentro de mí quería que las cosas cambiaran y no quería detenerlo.
Vivir. Tener una pareja; compartir con alguien… era más bonito de lo que yo imaginaba.
Sí. Era bonito… Era.
Porque se acabó. Como todo lo que me ha hecho feliz… se acabó.
No sé por qué he llorado tanto. Por qué me he sentido tan mal después de aquella despedida.
Tal vez porque mi felicidad se acabó. O tal vez porque dejé ir a la mujer de la cual había empezado a enamorarme sin habérselo dicho.”

Al terminar de leer la carta y levantar la vista, Soledad vio a Andrés a unos metros de ella. Se había alejado lentamente mientras ella leía sin que se diera cuenta. Andrés ahora la estaba mirando desde lejos.
- Adiós. – dijo él de pronto con una voz que apenas se escuchó. Los ojos de Andrés brillaron.
Soledad se quedó inmóvil sin atinar a nada mientras veía a Andrés alejarse. Este comenzó a caminar lentamente sin mirar atrás. La vista se le nubló y el frío viento que le llegaba a la cara lo obligó a cerrar los ojos dejando correr una lágrima.
El viento empezó a soplar con más fuerza y a borrar todo ruido alrededor de Andrés. Las lágrimas y el viento no lo dejaban ver con claridad. Soledad iba detrás de él tratando de alcanzarlo gritándole que parase. Andrés apuró el paso y siguió caminando mirando hacia el suelo para evitar el viento. Sin levantar la vista cruzó la calle.
Apenas alcanzó a oír el rechinar de los neumáticos de un vehículo que trató de detenerse, y al dar vuelta la cara, el frontis de una camioneta ya estaba encima de él. Lo último que alcanzó a escuchar fue a Soledad lanzar un grito.
La camioneta lo lanzó como a 5 metros de distancia golpeándose la cabeza contra el suelo de cemento el cual empezó a mancharse de rojo.
Andrés no sentía nada y tampoco podía moverse. Tan sólo alcanzaba a ver el cielo nublado arriba de él, y luego ver aparecer el rostro de Soledad que lo miraba asustada, y no paraba de repetir ‘¡Andrés! ¡Andrés!’. Lentamente, el rostro de la joven comenzó a desaparecer apagado por la oscuridad.
Agosto, 2000
©Todos los derechos reservados al autor de la obra.

Silencia tu corazón.

2 comentarios:

Akeru dijo...

Gracias...

Me has hecho llorar. ¡Que terrible final!

Besos.

Deville dijo...

De nada Akeru.
Pero no es para tanto. El cuento no es la gran cosa.